lunes, 9 de junio de 2014

Soledades


 


     Venía hablando mucho con Lucas. Cosas. Cosas, digamos, de la vida. Qué se yo. De esos temas que te preguntás siempre. De esas inquietudes que no tienen respuesta. Sabés hacer la pregunta, sabés cuestionar "eso". Pero no hay respuesta. Es algo que queda "ahí": para pensar. "¿Por qué el mundo es así y no de otra forma?". Como Leibniz: "¿Por qué hay algo y no más bien nada?". Y bueno, no sé. Así son las cosas. O sea: una mierda. Y sin embargo, hay que encararlas. Es obvio, está lo que no tiene solución; digamos, no tiene solución inmediata. Pero a veces es más importante saber  plantear bien la preguntas. Si se hacen bien las preguntas, la tarea está a mitad completa. Algo así decía Heidegger. La filosofía sólo pregunta. La ciencia, de acuerdo a tal o cual aspecto de la realidad, da respuestas. Pero esas respuestas no son satisfactorias. Dicen tal o cual cosa, develan tal o cual aspecto de la realidad. Pero no dicen. No responden. Dan una idea de algo y lo formalizan, lo legalizan. Y está bien. Pero ahí falta algo. Alguna respuesta más. Falta esa respuesta a esas preguntas últimas, o preguntas sobre las cosas primeras, los fundamentos. Los fundamentos de nuestras conductas. De las conductas de los otros. De los "por qué" hicimos esas cosas. ¿Había otra alternativa? ¿Elegimos bien? Generalmente no. Elegimos mal. Y no quedaba otra alternativa. Es así. Así nos vamos formando, nos vamos haciendo: a los golpes. Suena feo pero siempre termino llegando a esa conclusión. Hay que golpearse mucho, chocar contra la misma pared una y otra vez, y tal vez, solo tal vez, empecemos a hacer las preguntas correctas. Mejor dicho: empecemos a preguntar, a indagar. Sólo cuando caemos bajo, muy bajo, cuando nos arrastramos como ratas por el suelo, empezamos a sentar un poco de cabeza. Se iluminan algunas cosas (solo algunas), pero, igual, seguimos con los mismos errores. Está bien. Por ahí la vida es eso, un error tras otro. Un malentendido tras otro. Al final del trayecto nos damos cuenta de esto. Y ahí empiezan las preguntas. Y también nos damos cuenta: no hay respuestas concretas. Nos queda una nada. Un vacío.
     Nose, Lucas, si es esto lo que hablamos. Yo creo que sí. Pero en términos más concretos. Cosas del barrio. Cosas que le pasan al pibe del barrio. No es que hayamos llevado la filosofía al barro de la historia (eso decía la gorda Feinmann, el Feinmann bueno como le dicen), pero lo intentamos. Lo intentamos todos los días. Y nos sale para el culo. Pero hay que seguir intentándolo. Como lo que hacés en el CUD con los sopres. Nose. Algo sale de ahí. Algo nuevo. Algo creador. Ahí, solo en esos espacios (no solo físicos, meta-físicos) la utopía no es tan lejana. Solo en esos espacios la soledad produce un quiebre que da vida a lo colectivo. Estamos solos, con los mismos interrogantes. Pero. No tanto. Son soledades que se unen. Preguntas que con-forman una unidad. Inquietudes similares, miserias que nos emparentan, intereses que nos (des)unen, y así. Esa unidad es un complexión de la condición humana: todas nuestras soledades habitan allí. Un poco, solo un poco, de nosotros está ahí. Es bueno compartir las mismas miserias. Nos vemos iguales. Nos espejamos en el otro. El Otro, ese al que le tenemos temor, temor a que nos juzgue moralmente, es igual a nosotros. Igual de miserable. Igual de humano. Y tiene las mismas preguntas. Tiene la misma pregunta: ¿Todo tenía que terminar así?.

4 comentarios:

  1. Maldito final con pregunta!!

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  2. Así son los finales esperables. Frustrados.

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  3. Me encantó. Lo que decís, como lo decís. Me llegó, me emocionó. Tal vez porque me veo reflejada en mucho de lo que decís, tal vez porque conozco a Lucas y su trabajo en el penal. Tal vez porque como vos decís, somos iguales, igual de miserables, de inquietos, de indagadores. A mi también me hace pensar Lucas.

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  4. Gracias Ro. Lucas es un gran amigo. Un tipo que piensa mucho.

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