Nos enfrentamos a un
problema fundamental para cualquiera que pretenda llevar adelante una
transformación social planificada que tenga un horizonte
emancipatorio, es decir para cualquiera que pretenda hacer la
revolución. El problema es el siguiente. El sistema capitalista, productor de mercancías por antonomasia, produce
personas-mercancías y también pensamientos-mercancías. Esta
mercancía es construida de forma tal que reproduzca el sistema una y
otra vez. ¿Cómo puede ser posible en semejante panorama gestar un
pensamiento revolucionario y una praxis revolucionaria, cómo los
mismos sujetos que devienen engranaje del sistema por el sistema
mismo pueden llegar a ser sujetos que destruyan el sistema y lo
superen, es decir, sujetos revolucionarios?
Analizar las condiciones
objetivas puede ser un comienzo. Sin embargo la actualidad y la
historia nos muestran que hemos sido derrotados por el sistema. Somos, sin duda, una generación proveniente del fracaso de la anterior,
nuestras lecciones son las de los desaparecidos, el exilio, el
neoliberalismo y la derrota. En el presente actual encontramos
resistencias, pero no vanguardias. Éstas están atomizadas, dispersas
entre los terrenos. El capital se ha globalizado y las luchas se han
dispersado. La realidad objetiva, el análisis economicista, nos
conducen inexorablemente a una verdad: el capitalismo no caerá por
sí mismo. Las fuerzas de la historia no conducen al triunfo de las
clases oprimidas.
La transformación que
buscamos no puede ser concebida en el largo proceso de las
mediaciones, estas no conducen al cambio de rumbo. No podemos partir
de deducciones históricas porque estas son un camino cerrado. La
Historia ha finalizado.
Pero vislumbrar el límite
es vislumbrar además lo que está más allá del límite. Si la
realidad es el límite, entonces debemos ir más allá de lo real. Si
lo que sucede es lo que nos condena entonces rechazamos nuestra
condena y elegimos aquellos que nos han negado. Cuando todo esté
dicho es el sujeto el que emerge como nueva fuerza creadora. A las
condiciones objetivas oponemos la voluntad del sujeto. Cuando todas
las puertas se hayan cerrado será nuestra voluntad la que como una
maza abra brechas en los muros para alcanzar el horizonte negado.
Pero nuestra voluntad no
es un toro embravecido que se estampa contra el primer paño rojo que
agitan frente sí….Es la elección que niega nuestro presente y por
lo tanto a nosotros mismo como sujetos mercancías resultados de la
matriz capitalista. Es una violencia que se ejerce, primero sobre
nosotros mismos, segundo sobre el sistema. Seremos como el monstruo
de Frankesntein que se rebela contra su creador.
En la mitología
cristiana Adán y Eva son expulsados del edén por cometer pecado,
por transgredir los límites impuestos por Dios. Para el sujeto
revolucionario antes del advenimiento de la revolución, el pecado
será deshacerse de su condición de mercancía, transgredir los
límites del capital. Pero no para ser expulsados del Edén sino para
arrasar con el Edén mismo. Negarse uno mismo es abrir la posibilidad
de la diferencia, del acontecimiento. La única fisura que queda es
nuestra libertad de no-ser.